El via crucis del turista en Venezuela: un país con un infinito cúmulo de maravillas naturales es manejado por un grupo de gente "muy viva" y sin cultura de servicio, en una combinación aterradora. Bienvenidos al paraíso
Imagínense un país con una posición geográfica envidiable, cuyas costas son bañadas por un azulísimo Mar Caribe, con un clima fabuloso todo el año. Sus tierras fértiles, con lagos y lagunas, caudalosos ríos y hasta la cascada más alta del planeta. Grandes cordilleras y sabanas, vastas Llanuras, kilómetros de playas, islas y arrecifes coralinos, un subsuelo riquísimo de tesoros minerales, exótica flora y fauna. Democráticamente habitado por una población en su gran mayoría joven, donde abundan las mujeres más bellas del mundo. ¿El paraíso? No. ¿DisneyWorld? Tampoco. Se trata simplemente de nuestra bellísima Venezuela. Sin duda por tal descripción, parecerían estar dadas todas las condiciones para que este país de envidiables recursos y millonarias entradas fuese el territorio más fértil para una de las actividades más productivas del mundo: el turismo.
Pero como es costumbre en nuestro caso, este mar de ventajas y facilidades se desvanecen ante unas simples realidades que todos conocen y que nadie quiere aceptar. En este paradisíaco escenario habitan e interactúan unos seres denominados venezolanos, que se caracterizan por ser individuos muy poco nacionalistas, bastante ambiguos y superficiales, sumamente desorganizados, muy poco visionarios, muy irresponsables y prisioneros de su incultura. Años de facilismo en una tierra generosa, sin grandes desastres naturales o inclementes inviernos, han Llevado al venezolano a pensar que todo lo que tiene es por derecho adquirido, sólo por la gracia divina de haber nacido en la tierra de la abundancia y de los mangos bajitos. El hecho es que la mata justamente dejó de dar sus frutos y aquí siempre hay una excusa. Dicha mata había que cuidarla o por lo menos regarla, pero la mitad no lo sabía, algunos no les tocaba, otros nunca comieron de allí; también están los que se Levaron los frutos sin avisar, para ni siquiera comérselos aquí, sino en Miami.
Es la famosa tragicomedia venezolana: manejando la lejana hipótesis de que si llegáramos a ponernos de acuerdo sobre el riego de la mata, seguramente faltaría el agua, o no habría balde con que regarla o aún así no habría quien lo hiciera. Lo cierto es que el agua y los recursos sobran, lo único escaso son las ganas.
En Venezuela los turistas son mal atendidos, maltratados, estafados y atracados, prácticamente pagan para sufrir. Atraídos por grandes ofertas y promesas, majestuosas construcciones, increíbles resorts con piscinas mecánicas y campos de golf, fantásticas vistas e imponentes atardeceres en restaurantes o terrazas panorámicas vacías o muy poco frecuentadas, donde a pesar de la exagerada tranquilidad es prácticamente imposible lograr ser atendido. Si alguien pide una información nadie sabe nada y si algo sabe, entonces no está seguro. Todo abre tarde y cierra antes. La total indiferencia hacia la atención que necesita el viajero sumido en el caos de colas de plastificar una maleta, de chequear el equipaje compitiendo con un sinfín de trampas y personas amigas de empleados, preferidos, apoyados, con pases de cortesía que aún sin derecho tienen prioridad sobre el turista, quien se encuentra solo, desorientado y sin contactos, sin masticar nuestro idioma y cargado de dólares, y que debe formalmente ser despellejado cada vez que algún vivo tenga la ocasión antes de devolverlo a su país de origen. Nadie atiende a nadie porque su cargo se lo exija, o como parte del trabajo para el cual está siendo pagado, sino que todo se hace pasar como un favor o una excepción en la esperanza de una retribución extra. Pocos son los que se responsabilizan, toman decisiones y resuelven situaciones. Muchos son los ineptos que sencillamente hacen acto de presencia a sus puestos de trabajo. Así es cómo el inversionista y el simple turista, se dan cuenta de la falta del recurso humano válido, cortés y preparado, encontrando en cambio lo que se considera una mano de obra ineficiente e improductiva.
Con fastuosos terminales en puertos y aeropuertos se da el aspecto de un país sólido y rico, equipándolos de todos los servicios como baños, pero donde elementos tan esenciales como son la luz, el agua, el papel y el jabón son opcionales. Aires acondicionados, escaleras mecánicas y ascensores perennemente fuera de servicio. Cajeros, teléfonos y puntos de venta electrónicos siempre sin línea. Estacionamientos que cobran por cuidar del vehículo pero sin garantías. Taxis y autobuses que conforman un parque automotor en condiciones críticas, que circulan en las vías, sin acatar las mínimas normas de seguridad pero al día con las tarifas internacionales, accidentándose en túneles sin extracción o en autopistas semiapagadas o de total oscuridad. Y ni hablar de los cruceros que ya no tocan puertos venezolanos, por la inseguridad y el alto riesgo que constituye bajarse para tomarse una foto en suelo nacional. Un país que se quedó sin su aerolínea bandera, al quebrarla por corruptelas y aprovechamientos en inverosímiles contrataciones y pretensiones de sus mismos trabajadores. Los venezolanos tenemos que entender que para hacer turismo se necesita garantizar al menos agua, luz y seguridad. Debemos entender que ser servicial no es ser sirviente. Que trabajar honradamente trae ingresos y satisfacción, no es una desgracia ni un tormento. La intención debe ser producir y progresar. Las mentiras, las excusas, el pillaje, el robo y el vulgar matraqueo no generan bienestar, no solucionan nada, más bien propician el cierre de empresas, alejan al inversionista y al turista, quienes difunden internacionalmente el concepto de que la necedad del venezolano está en que cree que es muy vivo sin pensar que no es nada inteligente. Por la crisis, el sinnúmero de empresas nacionales e internacionales que se han ido, así como por la creciente fuga de capitales y talento, y por las terribles anécdotas de insultados turistas e inversionistas, es fácil intuir que la mayoría de nuestros compatriotas aún no se ha decidido a entender nada.
Los que se van, reciban mis más sinceras disculpas, no quedándome más remedio que desearles a todos ustedes un BON VOYAGE!
Fuente: Revista Complot, Oct-Nov 1999. CCS, Venezuela. Autor: Alberto Perosch.