Caracas, lunes 23 de junio, 1997. El Universal

Ecoturismo y otros turismos
Alvaro Rodríguez Bes

A algún mentecato de los que creen en Greenpeace, vida más allá de la vida, el budismo Zen, el vegetarianismo, la trasmigración de las almas, la bondad del alma humana, la superioridad del hombre oriental, la pureza de los hindúes y la reencarnación, se le ocurrió que lo conveniente era evitar a toda costa el turismo embrutecedor y adinerado y promover y prácticamente permitir únicamente el ecoturismo y el turismo de aventura, para preservar a nuestros inocentes ciudadanos de la influencia nefasta de los dólares y la visión corrupta y perniciosa de los que quieren visitarnos por razones distintas a la observación del oso frontino, el frailejón, el cardenalito de Lara y las caídas de los ríos de la cuenca del Caroní.

Como no falta quien caiga en semejantes sandeces, es bueno hacer algunas consideraciones sobre el tema, porque de repente unos cuantos desavisados sacan del Congreso una ley de turismo que favorezca las posadas unifamiliares en la selva amazónica, el consumo de ñame en la Gran Sabana y las excursiones en canoa por lo rápidos de algún río del Estado Amazonas, que andarán crecidos por esta época de lluvias y lo que podría habernos enriquecido, como se enriquecen con el turismo España, Francia o Estados Unidos, termina en una melancolía, como ya pasó cuando algún necio inspirado pretendió cobrarle una pernocta de mil bolívares diarios a los veleros en Puerto La Cruz y otros lugares y no quedó ni uno.

Vaya usted a Miami y se le ofrecen centenares de sitios que puede visitar, la mayoría gratuitamente; puede hacer compras de cuanto se le ocurra y el comercio es honesto y razonable, con precios puestos en etiquetas que se pueden ver sin necesidad de revelar el origen, por lo que los precios son iguales para nativos o para turistas y además le darán uno o dos días gratis de carro, unos cuantos bonos para ir a espectáculos y podrá escoger entre centenares de hoteles.

Si se pone romántico hasta los policías le dicen donde hay chicas _y chicos_ amables y hospitalarios y si quiere ver chicas como Dios las trajo al mundo, pero creciditas, le pide a cualquier taxista que lo lleve al Pure Gold y se encontrará, al apenas traspasar la puerta, con una verdadera multitud de jóvenes con la vestimenta que Dios les dio, pero con tacones altos, que circulan entre el público con la mayor desenvoltura y a plena luz; para mí que hasta la gerente de Contabilidad anda desnuda en aquel sitio y divierte ver a muchos japoneses con sus esposas curioseando por allí.

Si usted es un excéntrico, es posible que consiga que alguien lo lleve a ver caimanes en los Everglades y aprovecharán para enseñarle donde cayó el avión hace poco, pero eso es únicamente para los más osados y con más tiempo, que usualmente, la única aventura que quiere la gente, es la que puede obtener en unos de esos lugares que le dije antes.

Si se le ocurre ir a Francia puede pasarse unos cuantos días curioseando en París o cualquier otra ciudad, comiendo de lo que se le antoje, visitando de noche cuantos lugares se le ocurran, paseando en “Bateau Mouche” por el Sena o admirando las chicas del Lido o el Crazy Horse, que muestran pieles tensadas como tambores en cuerpos perfectos y cubiertos, si acaso, con una capita de Max Factor, pero nadie se ofrecerá para llevarlo a cazar lobos o a observar la contaminación del Garonne y los más ecológico que puede conseguirse es ir a la vendimia en septiembre y octubre para probar los vinos del año anterior. Algunos experimentados consiguen unas canoas, se ponen salvavidas y toman un seguro costosísimo, para lanzarse por algunas torrenteras de los Alpes o los Pirineos, pero usualmente, la mayor aventura que puede correrse en Francia es negarse a pagarle lo debido a alguna “petitte” o a algún taxista parisién, porque ahí sí es verdad que arde Troya.

En España las cosas son un poco diferentes, la gente en verdad es más amable, los sitios de diversión abren más tarde, si uno quiere un poco de aventura se va hasta el Barrio Chino si está en Barcelona o hasta la Costa Fleming si está en Madrid y allí encuentra de cuanto Dios creó y ya sabe a que me refiero y además puede comer como un romano de los de antes, beber como un cosaco y jugar de cuanto se le antoje, pues hay para todos los gustos. Hay también un turismo de aventura y a ese lo llaman allí “La Casa de la Zueca” y es ejercido por los jóvenes españoles que cada verano propician esos encuentros cercanos con las cálidas septentrionales, que ya de suyo desenfadadas, se desembarazan de cualquier prejuicio que pueda quedarles, se desembarazan igualmente de cualquier ropaje que pueda cubrirlas y dedican su verano a desquitarse de las desventajas del clima subpolar en que viven todo el resto del año.

Estas expansiones regocijan enormemente a los ávidos hispanos, pues se sabe que las españolas son más bien egoístas con estas explosiones de la naturaleza, que ya lo dice la canción, que la española cuando besa es que besa de verdad.

En Cuba anduvieron unos años con ese turismo recatado, de observación y corte de caña y colabore con la Revolución, pero últimamente se dieron cuenta de que lo que los turistas querían era diversión y jaleo y ahora se hacen de la vista gorda, ponen alrededor de los hoteles de turistas a unas señoritas a las que por razones que ignoro llaman “jineteras” y le sacan cuantos dólares pueden sacarles a los que van al trópico, justamente a buscar trópico, frutas tropicales, bebidas tropicales, chicas tropicales y diversión y relajo, que para estudiar biología o conocer los hábitos sexuales del caimán del Orinoco, uno se lee la Enciclopedia Británica y sale más que contento, sin arriesgarse a que lo persiga un babo por las orillas del Apure o el Meta.

Cómo será la cosa que, según lo dice ella misma, Alina, la propia hija de Fidel, alguna vez anduvo en esos trámites con no se qué italiano y un espía de su papá la puso como un trapo acusándola de llenar su tiempo libre con la gestión de esos ingresos extraordinarios y no es ningún secreto que no sólo en la proverbial Bodeguita del Medio sino en cualquier botiquín, de mala o buena muerte, preparan ese “mojito” venenoso _ ron, azúcar, limón y no se qué más_ que alborotaría hasta al más templado de los monjes tibetanos, cuanto más a esos italianos, españoles y franceses que justamente, lo que andan buscando es turistear a bajo precio y con bochinche.

Y para eso es que la gente toma vacaciones; no hace mucho, cuando aún habían turistas en Puerto La Cruz _canadienses y norteamericanos, especialmente_ entre los que se alojaban en el Doral Beach, el entretenimiento predominante era comprarse entre dos o tres de ellos unas bolsas de hielo y unas cuantas cajas de cerveza, echarlas en la bañera y beberse las “frías” con ilimitada avidez, al extremo de que más de uno cayó en una especie de estupor alcohólico que le duró unas cuantas horas.

Y es que la comparación es sencilla: cuente el número de observadores de la selva húmeda tropical, incluidos entomólogos y compárelo con el de bebedores de cerveza, ron, mojito y frecuentadores de los placeres de Venus y verá que es una partida que no puede ganarse.

La gente va a Segovia, pongamos por caso, ve el acueducto, se asombra, dice “¡Oh!” y en seguida va y se toma dos botellas de vino y se come medio cochinillo a la segoviana, o va a Roma, admira el Circo Romano, dice “¡Oh!” y va a comerse una pastina in brodo y unos spaghetti a la carbonara, regados con un chianti abundoso, pero nadie que tenga la corteza cerebral en buen estado va a ir al kilómetro 88 a pasarse dos o tres semanas diciendo “¡Oh!” cada vez que vean una cuaima o una macaurel o un alacrán negro y si dice “¡Oh!” es para que corran, que la cosa no es en juego.

De manera que a esos defensores a ultranza del turismo de aventura y el ecoturismo y el turismo virginal y virtuoso y otros turismos, hay que mandarlos al mismísimo; que la gente quiere comida caliente, cerveza barata y buena, agua caliente y fría y gente amable con la que relacionarse razonablemente, que lo de más viene solo..., si viene.

Y el que quiera ir a La Neblina o al Salto Ángel que vaya, que el mundo es libre.  

 

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