Caracas, lunes 31 de marzo, 1997. El Universal

El ecoturismo en Venezuela, aventuras y desventuras
Juan Carlos López*

 Cuando se me pidió que escribiera sobre los problemas que confronta la operación del ecoturismo en Venezuela, rápidamente pensé en una tarea fácil, en una sencilla lista de escollos. Sin embargo, tal listado sería árido y se parecería mucho a un lamento. Así que opté por enumerar una serie de situaciones ideales relacionadas con la organización del turismo de naturaleza y relacionarla con las situaciones reales que afrontamos lo que hacemos de esta actividad un ejercicio profesional. Espero que el espacio disponible me permita hacerlo de manera eficiente.

En principio, debemos aclarar que el nombre de la actividad se encuentra suficientemente viciado como para crear confusión. En principio el ecoturismo es sinónimo de sustentabilidad, aparece entonces la denominación más o menos técnica de Turismo sustentable.

 Sin embargo, el mercadeo obliga y se requiere el acuñado de un nombre más “pegajoso”, aparece entonces de manera misteriosa una palabra que suma su afición a la naturaleza y culturas extrañas con la actividad del viaje: Ecoturismo. En realidad este tipo de turismo se define por la utilización de recursos naturales y culturales sin necesidad de ponerlos en riesgo y sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de disfrutar igualmente de estos recursos. 

Así como sucede con todo aquello que pasa al dominio público muy rápidamente y sin más regulaciones que la propia conciencia individual, su significado real se descompuso, y es así como encontramos una larga lista de operaciones que se autodenominan “ecoturística”, de hecho se denomina liberalmente a cualquier objeto relacionado (o que se piense pueda estar relacionado) con el turismo de naturaleza, el colmo: un operador del Estado Guárico publica en su promoción el consumo de “ecotopochos” en los desayunos.

 Afortunadamente existen suficientes parámetros serios para seleccionar operaciones turísticas de bajo impacto. La Sociedad Venezolana de Ecoturismo (fax: 979.2821) ofrece este tipo de información.

 En una operación modelo, la empresa promotora posee un personal calificado que maneja no solamente el intrincado mundo del servicio turístico, sino además, conoce tanto de las localidades y sus condiciones, que coloca al pasajero adecuado en la localidad y el momento adecuado. Esta situación es rara en Venezuela. El “armado” actual obliga a contratar personal cuya formación académica dista de la situación real del país, con escasos conocimientos de idiomas extranjeros y con una baja conciencia ambiental.

 La ventaja la poseen extranjeros residentes en Venezuela que dominan varios idiomas y que conocen realmente de gustos y preferencias de sus compatriotas.

 En nuestro modelo de operación Ecoturística ideal, la empresa se desenvuelve fluidamente, crece plácidamente sobre una actividad de gran altruismo y rentabilidad. Las instituciones colaboran codo a codo en la promoción y el avance nacional y la imagen de organización y conciliación campea elegantemente en los escenarios nacionales e internacionales. Aparte de mencionar que la reglamentación de agencias de Venezuela, todavía obedece a un país que exportaba turistas, pienso que todo comentario adicional sobraría. La reglamentación de uso de parques nacionales, principal recurso turístico de naturaleza, se parece más a una multa y a un doble impuesto que a un mecanismo eficiente para la captación de fondos para el desarrollo del mismo parque nacional. La única acreditación oficial que existe para los guías de turismo no contempla la especialización en la naturaleza. El sistema en el que se basa el Impuesto General a las Ventas no contempla las particularidades de esta actividad y coloca a Venezuela en desventaja competitiva y comparativa frente a otros destinos similares de Latinoamérica.

 El turismo de naturaleza es una actividad “financieramente curiosa”, para aclarar presento algunos números que chocan frontalmente con una economía que maneja 80% de inflación (frente a otros destinos como Costa Rica, que maneja un 14%). El precio al público promedio de un circuito en Venezuela no debería exceder de los US$ 180 diarios (incluyendo comidas, transporte terrestre, guía, excursiones y muy pocos vuelos nacionales), este precio debería contener los beneficios para por lo menos 2 agentes de comercialización. Los grupos aceptables tienen un tamaño máximo de 15 personas (con un promedio de 8 personas). El beneficio de un agente de viajes (o tour operador local) es frecuentemente de un 10% de comisión sobre los servicios contratados (muy raramente un 20%) del cual deben sustraerse los costos de servicios (especialmente teléfonos), empleados, impuestos municipales, cuota de beneficio de Inparques, “peajes”, “matracas” y “vacunas”. La matemática sencilla me obliga a pensar en que hay que mover grandes volúmenes para “verle el queso a la tostada”. Pero es que los grandes volúmenes aplican perfectamente al turismo de “resorts”, “airbus” y de “capacidades de carga psicológica”, pero no aplica al turismo de posadas, restaurantes familiares y pescadores que comparten la pesca con los “paseos en bote”, que a final de cuentas es el nivel de la economía que requiere más “auxilio financiero”. Nadie quiere pescado, ni siquiera quieren que les enseñen a pescar, lo que se quiere es que se deje pescar en aguas claras.

 Otro aspecto que preocupa es el comercio inescrupuloso de “malas noticias”. En un país que viva del turismo de naturaleza, especialmente en Latinoamérica, pareciera que por cada mala noticia que se difunde, activa una reacción de doble tamaño para ahondar en las bondades y ventajas de viajar a ese sitio.

 En Venezuela jamás se le ha disparado a un vehículo de alquiler, no tenemos minas antipersonales en nuestros ambientes naturales, la guerrilla nacionalista no ataca los buses de turismo, no tenemos bombas en los centros comerciales, no existe segregación racial. 

Pero sí es cierto que la seguridad personal en las calles de las ciudades no es buena, que en las carreteras los conductores manejan borrachos como un ejercicio normal de las vacaciones y ni siquiera los investigadores que escriben guías de turismo y que acuden a nuestras embajadas en el mundo encuentran información sobre el turismo en Venezuela.

 Honestamente el balance pudiera ser mejor. Venezuela pudiera ser mejor conocida por sus bondades naturales y culturales que por las curiosidades de su economía y las excentricidades de sus gobiernos.

 No quisiera cerrar con pesimismo, debemos reconocer y apoyar los esfuerzos silenciosos de algunos funcionarios de la Corporación de Turismo de Venezuela, de algunos docentes en los institutos donde se dictan clases de Turismo y Educación Ambiental y principalmente de algunos operadores que estoicamente toleran los usos y abusos que se producen por pensar que se puede vivir decentemente del manejo adecuado de nuestras riquezas culturales y naturales.

 *Juan Carlos López es promotor de turismo en medios de comunicación internacionales, especialmente de ecoturismo

 

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